De los mejores momentos que guardo de mi infancia es pasando los veranos en casa de mis abuelos. Aún puedo recordar lo intensa que era la luz que se colaba cada mañana por la rendija de las ventanas, pero sobre todo el familiar traqueteo de las máquinas de coser en la sala, donde se reunían mi abuela Francisca, mi madre, mi madrina Mercedes, y mis tías Pilar y Teresa. Con mis hermanos disfrutábamos pasando horas junto a ellas, oír sus conversaciones, sus risas, sus canciones, mientras cosían y bordaban. Formentera de finales de los 60, yo aun sin saberlo, fue donde comenzó todo.
En esos años empezaron a llegar los hippies, “els peluts” (los peludos), como cariñosamente nos gustaba llamarlos. Era inevitable que la creciente diversidad cultural de las islas diera sus frutos. Es cuando surgió la moda Ad Lib.
Hay quien dice que el distintivo color blanco de sus prendas viene de, en un momento dado, la dificultad para conseguir la materia prima de los tintes. Pero lo que comenzó como un imprevisto terminó dándole su nota característica. Finalmente, gracias a la decisiva figura de la princesa yugoslava Smilja Mihailovitch la moda Ad Lib se convirtió en el referente mundial de elegancia que aun hoy sigue siendo.
De sus cuidadosos bordados y encajes, lo que trasciende es la naturalidad, la comodidad y el estilo, un estilo que se ha ido gestando gracias a varias generaciones de artesanas que, con gran dedicación, lo han ido puliendo y perfeccionando. Es por esto, inspirada en aquellas grandes mujeres artesanas que colman la historia de la moda Ad Lib, que he querido dedicar mi primera colección.